UNO SE VUELVE ADICTO AL TRABAJO SOCIAL

 In Yo actúo

Cientos de profesionales de la salud apoyan con brigadas en los lugares más recónditos del país.
Uno de los milagros de los que Carlos Fernando Castro ha sido testigo es el de haber superado una travesía de seis horas en lancha y dos más por carretera, para sacar de las selvas chocoanas a una joven de 20 años que llevaba dos días con su bebé muerto en el vientre y al final lograr que a ella le salvaran la vida en un hospital de Quibdó, cuando todos los pronósticos estaban en su contra.
No es la única historia que este médico general de urgencias tiene para contar luego de diez años trabajando como voluntario en diversas brigadas de salud en todo el país.

En el 2004, cuando hizo su año rural en Pie de Pató, en la serranía del alto Baudó, en Chocó, conoció de cerca el drama que viven las comunidades negras e indígenas, convivió con el hambre y la muerte y se prometió dedicar su profesión al servicio social de las poblaciones olvidadas de Colombia. Desde entonces ha participado en múltiples brigadas de salud de varias instituciones, como la Fundación Sanitas y la Fundación para el Desarrollo Integral de las Comunidades Sinergia, con las que ha llevado atención médica a zonas vulnerables de su departamento (el Valle del Cauca) y a los rincones de Quibdó, Nariño, Putumayo y Cúcuta, entre otros. “Yo no sé si es que uno se vuelve adicto al trabajo social o es que realmente entiende que hay una realidad en la que hay que hacer algo, una con la que no puedes ser indiferente”, dice.

Como él, a cientos de kilómetros de distancia, en Arauca, Cecilia Inés Alcalá, una odontóloga de 45 años, también lleva diez años poniendo su talento al servicio de las poblaciones en los lugares más apartados de su departamento, acompañando como voluntaria a las misiones médicas de la Cruz Roja Colombiana en lugares a donde nunca antes habían llegado especialistas como ella.

“Lo más difícil es dejar a mi familia por una semana entera y salir de la comodidad en que uno vive para adecuarse a las condiciones de la zona a la que llegas, donde no hay luz, no hay servicio sanitario y debes dormir en lo que puedas. El punto es que si trabajas con amor y vocación de servicio, todo eso pasa a un segundo plano”, relata.

Lo mismo cree Daniel Molano, un médico especialista en cuidados intensivos, de 35 años, que cuenta que para los profesionales de la salud que se dedican al voluntariado no hay nada que los detenga para llegar a donde otros no lo hacen. Por eso, sus travesías van desde viajes en avión, helicóptero y lancha hasta recorridos en chalupa, lomo de burro y horas de caminata en la montaña. “Usualmente escogemos zonas donde la población no puede acceder a un médico porque las condiciones geográficas no lo permiten”, explica.

Lleva ocho años trabajando como voluntario de la Fundación Alas para la Gente, que, con el apoyo de otros 200 profesionales que donan su tiempo y sus conocimientos, ha realizado unas 80 brigadas médicas y quirúrgicas y ha atendido a más de 12.000 colombianos, desde La Chorrera, en Amazonas, hasta punta Gallinas, en La Guajira.

Coinciden en que su labor les deja muchas veces grandes frustraciones y sinsabores como no poder hacer más en cada jornada, encontrar enfermedades que de haber sido diagnosticadas a tiempo tendrían otro panorama o prescribir tratamientos que muy seguramente sus pacientes no podrán continuar por falta de recursos. No obstante, también les quedan satisfacciones como saber que la gente les paga con sonrisas, les hace ver que por fin alguien se acordó de ellos y les llevó una atención médica que, como dicen algunos, “llega como caída del cielo”.

Fuente e imagen: El Tiempo

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